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El chirrinchi

Lina María Cortés Gutiérrez, Bernardo Peñaloza Almanaque Agroecológico Los Verjones

La producción de aguardiente casero, llamado chirrinchi o pirrín, es una actividad de sustento que caracterizó a nuestra población de Los Verjones y a todo el oriente de Cundinamarca, entre los años 1930 y 1940

La producción de aguardiente casero, llamado chirrinchi o pirrín, es una actividad de sustento que caracterizó a nuestra población de Los Verjones y a todo el oriente de Cundinamarca, entre los años 1930 y 1940. Se cuenta que no todos los lugares eran buenos para trabajarlo, pues tenía que haber una caída de agua para darle “buen peso”, es decir, para que no saliera desabrido y tuviera cuerpo, equilibrado alcohol. Este se destilaba en una cueva en el monte, conocida como cafuche (roedor que anda en manadas) quienes lo elaboraban eran conocidos como cafuches, oficio orgullo de la región. Al principio había que armar un horno con una paila de cobre, donde se preparaba un guarapo de panela, el cual posteriormente se guardaba en un barril de madera, que se enterraba hasta fermentarse por 15 días; después se llevaba este caldo al alambique o aparato de tubos para destilar, y a los 15 días se mezclaba con anís y hierbas, entre las más usadas, manzanilla, mejorana, cidrón, yerbabuena, hinojo, limonaria y albahaca.

Con el surgimiento de la Industria Licorera de Cundinamarca y las empresas privadas de cerveza, el gobierno prohibió la fabricación y venta de aguardiente casero y los productores de chirrinchi pasaron a ser clandestinos. Y si un guardia de la época encontraba la paila de cobre, metía a la cárcel o multaba a su dueño. Así que muchos habitantes de Los Verjones eran capturados y se los llevaban durante 9 meses a la colonia de Suba a pagar con trabajo en construcción de carreteras, y otros vendían sus reses para pagar la multa. Por eso el chirrinchi se comercializaba ilegalmente en las principales tiendas del centro y en los barrios del suroriente de Bogotá, llegándose a sacar grandes cantidades diariamente. Una de las garantías de éxito para el negocio era tener buenas “bestias”, pues se llevaban hasta siete cargas de aguardiente en cada viaje a Bogotá.

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