La huerta campesina: patrimonio familiar y calidad de vida

Stefan Ortiz (Economista. Programa de investigación en aspectos socioculturales en la transformación de ecosistemas. Jardín Botánico de Bogotá) Almanaque Agroecológico Arrayanes - Curubital

Todos los habitantes de Arrayanes y Curubital heredaron el conocimiento necesario para tener una huerta casera

Todos los habitantes de Arrayanes y Curubital heredaron el conocimiento necesario para tener una huerta casera. Desde muy joven nace el amor por las maticas que, traídas de un lado y del otro como regalos o intercambios con amigos y familiares, van creciendo pegaditas a la casa como una despensa alimentaria y fuente de medicinas para curar los males. “Mi viejita tenía su jardín y uno le saca la herencia. Ella tenía un jardín una ‘lindeza’. Para todos los males que daban tenía alguna matica para mejorarnos. Con los hombres es más difícil que cuiden maticas”, dice doña Ana Elvira Cortés, quien llegó a Curubital hace 55 años.

Aunque tradicionalmente es la mujer quien lidera el cuidado de la huerta para asegurar la salud del hogar, los hombres también se unen, y a veces lideran las labores cotidianas de crianza de las plantas. Don Renán García y su esposa doña Elvira Pulido han mantenido juntos su huerta durante más de 20 años, permitiendo que a su familia no le falte nunca el alimento. Gracias a ese patrimonio familiar no tienen que comprar en mercados la cebolla, la coliflor, la curuba o la papa sin saber de dónde vienen, cómo se producen, ni con cuántos químicos se tratan. También pueden tomarse sus jugos o hacerse sus ensaladas con ‘guchuva’, curuba y fresa. “Eso es la suerte para mí”, dice don Renán, “la huerta la debe tener uno en su casa, pero bien pegada a uno. La huerta es un mejoramiento de la calidad de vida para los hijos, los nietos, los bisnietos. Y uno va inculcándoles que la vida no es solamente plata, eso no vale nada si no tienen bien las ideas”.

Ese pedacito de tierra es patrimonio familiar y cultural. De ahí se sacan en febrero las flores para que la Virgen cuide a la familia, y para que San Isidro irrigue los cultivos a pesar de que cada vez menos gente saca a pasear al santo. Las maticas se cuidan a diario “para que estén bien bonitas y verlas que crezcan”, explica doña Ana Elvira. Ella aleja a los pájaros que vienen a escarbar, arrejunta sus plantas con cabuyas cuando sacan mucha rama y las poda en luna creciente para que retoñen. “También toca hablarles, decirles que son linditas y consentirlas”, afirma. Porque las maticas sienten la energía de las personas y eso tiene sus efectos. 

Como le pasó a su mata de ruda cuando una persona con mala energía entró, y al tocarla fue como si le hubieran echado agua bien caliente que pudrió hasta la raíz. “Porque hay gente que no tiene buena mano y entonces no me gusta que vengan y me toquen las maticas. El que tenga buena mano puede tocarlas, pero siempre con cuidado, especialmente uno de mujer que si está en su periodo no puede tocarlas porque se secan también. Si a mí me dicen yo les regalo las maticas que quieran.” La huerta es el lugar de experimentación y aprendizaje cotidiano para el campesino. “Mi papa no tuvo los recursos para darme los estudios, yo no hice sino segundo de prima ría, pero es que me puse a valorar lo que valía un palo, una mata. Mucha gente dice ‘¡No! ¿ese palito, para qué lo tienen ahí?’. Y es que está haciendo su función, es como cualquier persona, la ve uno y tiene su trabajo y hace su función”, dice don Renán. Su conocimiento de tantos años cultivando la huerta es el legado cultural y económico para sus hijos. Quiere crear una empresa bien hecha para que ellos a futuro puedan vivir de la agricultura ecológica. 

Les ha inculcado el valor del campo y de la tierra, que los alimenta pero también les da la oportunidad de generar ingresos, ya sea de la venta de los productos orgánicos o bien del agro-turismo.

El conocimiento sobre cómo funciona la huerta, las asociaciones entre las plantas y el papel que cumple cada organismo vivo que hay en ella, son lo que el campesino va cultivando a lo largo de los años. Don José Cristancho es un enamorado de los árboles, él sabe que ellos ayudan a que el hielo de las noches de verano no golpee mucho el pasto para el ganado. El aliso les da semillas a los pájaros, ayuda a mantener el agua en el suelo y bota mucha hoja que sirve de abono para la tierra. También ha aprendido a podarlos bien para que su propio peso no los bote al suelo. Algunos enraízan mucho, por lo que don Renán los mantiene alejados de la huerta. Pero otros se entienden bien con algunas plantas, como el arboloco y el cerezo, con la curuba y la mora.

“Cada hierbita, cada matica funciona como una maquinaria, una remueve a la otra y entonces todo hace su función” asegura don Renán. La zanahoria y el rábano contienen a las chizas, mientras la guchuva contiene a la babosa para que no se le suba a la fresa. La sábila es su planta favorita, la deja dentro de la casa para la buena suerte. La cuida echándole agua, aunque no necesita mucha. La lava cada dos o tres meses con agua y azúcar para que quede bien limpia. Es buena para controlar plagas. 

Cuando se echa con la ruda y la yerbamora a la papa evita el daño del pulgón y la mosca, en la alcachofa ayuda a controlar al tijereto. Algunas se dan silvestres, como ‘maleza’, y tienen muchas funciones: unas aportan nutrientes al suelo, como la lengua de vaca y el trébol que también sirven para el ganado, o el diente de león y el guargüerón que atraen mucho a las abejas.

A doña Ana Elvira le gustan mucho las aromáticas y las medicinales pues dan salud al hogar. La manzanilla que sembraron sus nietos sirve para el dolor de estómago y para que las gallinas se coman las semillas. “A veces uno puede cocinar la sola flor y luego se baña uno con eso para quitarse los dolores”, dice. El sagú sirve para hacer tamales o en­ volver el queso con las hojas gran­ des. Para bañar a los bebés recién nacidos se usa el hinojo, mientras el cidrón y la mejorana son buenas para aguas aromáticas, y el toronjil para el que sufra del corazón. El tomillo es bueno para la carne, y si uno está con tos se cocina un poco y se lo toma en ayunas en un pocillo tintero. La borraja es buena para cocinar con el sanco antes de irse a la cama para curarse de una gripa”.

Don Renán entiende que en la huerta no todo puede ser controlado por el agricultor pues la naturaleza tiene sus ciclos y siempre es bueno dejarle su espacio. A esto él dice: “Se dejan unas maticas para los pajaritos que vengan a molestarlas, como la mora en las cercas vivas y así no vienen a comerse la fresa. Aunque si se comen algunas pues no importa, también tienen derecho”. Hay muchas medicinales que se dan casi solas como el toronjil, la ruda, la yerbabuena, la caléndula. También se dan silvestres, como el apio de monte que es muy bueno para el dolor de estómago. Durante el verano se pueden dejar unas maticas crecer solas para que no se enhierbe mucho de ‘maleza’ y para que el hielo no queme tan fuerte a la huerta. “Luego, en invierno, se cortan y se arreglan bien, ¿se siembran nuevas plántulas o se dejan las que estaban si arrancaron bien. Las astromelias se pueden dejar quietas para que florezcan y llamen a las abejas y golondrinas, y en el mes de junio o julio se arreglan para que venga la cosecha en diciembre”.

Dejar algunas plantas en flor sirve para sacar semillas adaptadas a las condiciones locales. Eso es importante, así las plantas se van acostumbrando y pueden luego sembrarse limpias, sin químicos. “Por ejemplo, la papa criolla amarilla tradicional todavía no pega en lo orgánico porque todavía no se acostumbra. En cambio sí se da bien, sin químicos, la papa pastusa nativa, la corneta, la de nosotros, la de mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Siempre uno la ha perdido porque se siembra papa que venga del ICA y eso, pues esa ya viene con químicos, en cambio esta papa ya la tengo acostumbrada. Cada mata puede dar hasta 8 ó 10 libras de papa, aguanta las heladas. La semilla vino de mis abuelos y todavía no la he perdido”.

En la agricultura sin químicos se usan abonos naturales que se van conociendo con el trabajo cotidiano, como la cal, la gallinaza, el excremento de los conejos y las gallinas. 

A las alcachofas en invierno se les echa la plateada, o el azadón, y apenas llueve cogen humedad y se van descomponiendo para volverse abono en la tierra. Hacer su propio fertilizante es bueno pero hay que saber, “Una vez hice un experimento de un abono con mierda de vaca, melaza y cal. Pero le eché mucha cal y eso no es bueno porque es muy ácida y entonces las matas comenzaron a secarse. Cada cosa debe ir con su 

cosa”, alerta don Renán. Es esa experimentación cotidiana con la biodiversidad de la huerta la que crea el conocimiento de agricultor. Algunas asociaciones no funcionan, por ejemplo, a don Renán “la alcachofa y la astromelia no porque ella crece ligero y tapa a la otra y la ahoga. A la papa la ahoga el cilantro, se pueden asociar, pero no muy cerquita. Hay que cuidar el suelo también, si le va a meter tractor que sea uno ligero que no compacte la tierra”.

La biodiversidad en la huerta es clave para que las plantas sean resistentes a los cambios de clima, al tiempo que ayuda al campesino a no enfermarse. Las matas se acompañan, se protegen entre ellas, algunas resisten más y ayudan a otras para que no les pegue tan duro el clima. Doña Ana Elvira afirma que la yerbabuena resiste poco al hielo pero “aguanta ahí quemadita y retoña luego”.

Las barreras contra el viento crean un clima particular que ayuda a la huerta a adaptarse. “ Pero ahorita con esos salazones eso arde bien bueno, eso es mejor que tierra caliente, entonces mejor dejarles pastico para que proteja. Así fue que aguantó un aguacate que normalmente es de tierra caliente y no aguanta el hielo. Y es que con tantas enfermedades que vienen por el cambio de clima, porque en el viento vienen las enfermedades de otros lados, no se sabe por qué. Las noticias dicen que tenía que cambiar el clima. Eso se ve, cuando uno lo piensa, los meses que eran de invierno llega el verano, y en los de verano caen aguaceros que pasan y vuelve el calor”, dice ella.

Por eso el campesino que cultiva la huerta entiende la importancia de la biodiversidad. Don José Cristancho afirma que los pantanos y quebradas se cuidan cercándolos con árboles, si se dejan pelados se secan. “En los nacederos nace el agua pero si se le meten los arbolitos”. Él no concibe estar “en una finca sin agua para el riego, sin árboles para que el ganado tenga donde arrimarse cuando el sol le pega o cuando se quiere rascar”.

El monte está lleno de vida y le trae muchas cosas buenas a la comunidad. “En el monte hay mucha uva camarona, toda esa chapa de monte en tiempo de cosecha se llena y es una fruta muy buena. Eso es algo muy significativo para mí, yo valoro mucho eso”, afirma don Renán. Para él es bueno dejar que la naturaleza tenga su espacio, los árboles y las huertas pueden convivir y ayudarse mutuamente para resistir al clima, guardar el agua y atraer pájaros e insectos. El campesino va aprendiendo lo que le conviene: “Uno en las reuniones escucha que esto es zona forestal, zona de reserva. Y a veces sí, pero llevamos más de 15 años trabajándole a esto, mostrando que si habernos gente que podemos cuidar esto sin talar árboles y cavar tierra, cambiamos muchas ideas. Cuidemos la naturaleza, la tierra, la fauna. La pelea hoy en día es por agua y nosotros cuidamos muy bien la cuenca del río Tunjuelito”.

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