Bernardo Peñaloza: cazador, curandero y agorero en la cuenca Alta del río Tunjuelo

Lina María Cortés Gutiérrez, Bernardo Peñaloza Almanaque Agroecológico Arrayanes - Curubital

Los caminos que circundan el macizo de Sumapaz son conocidos por este prodigioso campesino

“Recuerdo como si fuera ayer, cuando un 13 de enero de 1955 llegué a Curubital con mi esposa y mis primeros siete hijos. Huía de la violencia y dejaba mi tierra de San Juan, abajo en el Sumapaz. Fueron varios días atravesando el páramo, con el trasteo a lomo de mula”.

Don Bernardo nació el 12 de noviembre de 1926 en San Juan y con orgullo cuenta que su profesora Josefina Romero le enseñó primero, segundo y tercero de primaria. “Pa’ qué más”, dice él. A esa edad le regalaron sus primeras alpargatas de fique. La escuela era de bahareque y la capilla de paja. El Cerro Nevado lo albergó en su infancia, “era puro páramo, no se veía el uno al otro de lo blanquito”. Allí vivió con sus padres hasta cuando tuvieron que salir con dos mil personas más y se repartieron entre San Juan, Paquiló, el Pico de las Águilas y La Playa, veredas de la provincia de Sumapaz en Cabrera. “Mis papas sufrieron mucho perseguidos por la violencia”, asienta con nostalgia.

Hijo de don Ismael Peñaloza, oriundo de Pasca, quien a la edad de los 12 años tuvo que esconderse en el páramo de Pasca, arriando mulas y ganado, para no combatir en la Guerra de Los Mil Días. Su señora madre, Catalina Suárez, era de Une y desde muy joven la ‘colocaron’ a trabajar en casas de familias adineradas del centro de Bogotá. Don José, recuerda a su abuela cuando les contaba que por acá venían sus amos a cazar venados, pero que la niebla nos los dejaba y que cuando la gente los veía venir en sus caballos se arrodillaban, agachaban la cabeza quitándose el sombrero y pedían la bendición. “Eran los tiempos en que la gente pagaba obligación a los ricos: los Pardo Roche, amos y señores de estas tierras, desde San Juan, pasando por Usme hasta Chapinero, donde tenían su casa quinta”.

Los caminos que circundan el macizo de Sumapaz son conocidos por este prodigioso campesino, a quien su padre, a la edad de 9 años, lo llevaba a pie limpio o en anca de bestia a vender papa en Pasca y Fusagasugá.

Don Bernardo contrajo nupcias en Cabrera a los 16 años con Balbina Ramírez. Cuenta que el cura no lo quería casar porque lo veía muy jovencito. Se fueron a vivir a San Juan, allá compraron tierra y sembraron papa, cubios, chuguas y arracacha.

Don Bernardo acostumbraba a ir a cazar osos, Ieones y dantos, bien arriba del páramo en el Cerro Nevado y Oseros. En una oportunidad mató dos osos, uno era de cuatro y el otro de seis arrobas, veinte libras. Bajando con el cuero limpio y la carne salada, lo cogió el ejército y le decomisó el cuero. 

Hasta salió en las noticias. Los militares que lo detuvieron le devolvieron la escopeta y la carne arreglada que llevaba a la casa. Para esos días fue que mataron a Gaitán, “yo bajaba de ‘caceríar’” y fueron ocho días de “‘rebullicio’, cuidando las tierras y esperando a los conservadores para acabarlos”.

Agrega don Bernardo, “fué cuando vino la otra violencia, perdimos la guerra, tuvimos que huir, era Semana Santa: ‘gente que se topaba el gobierno, gente que iban matando’”, recuerda claramente que, “esto po’ aquí no habitaban ni los dueños de las tierras, ni el gobierno”. Durante el gobierno liberal de Enrique Olaya Herrera, estaba de presidente de la Junta de Sumapaz don Erasmo Valencia, “él sí, defendió lo de las tierras baldías para nosotros, pues se dieron cuenta que ni los ricos tenían escrituras. Don Erasmo Valencia, con el doctor Jorge Eliécer Gaitán y don Juan de La Cruz Varela, trabajaron duro, para que los pobres tuviéramos escrituras, de ahí la reforma agraria.

Llegamos a Curubital. Esto era un solo territorio. Una muchacha cuidaba el ganado de la finca, ella murió y quedaron los que le vendieron, yo compré esta tierra en 1960, 15 fanegadas por un valor de 13 mil quinientos pesos. Nunca nos dieron escrituras porque el INCORA decía que era público. Entonces cómo sacaron a los ricos y vinieron las colonias, yo compré, pero igual, hoy la CAR dice ‘que es muy alto’ y por eso no nos dan escrituras” asegura. “En esos tiempos esto era mero guinche (paja de páramo), cañuela (chusque) y arrabales de romero. No había por dónde caminar, dice don Bernardo. Se sembraba papa, trigo, cebada, haba y arveja. Se echaba abono blanco y remedios para que la papa no saliera picada de gusano”. Cuenta que recién llegado, bañó la mata de papa con una mezcla ‘clarifica, claritica…’ de sulfato y cal, pero la mata se acostumbró y entonces siguió el gusano, así que echó en su huerta abono blanco con Aldrín, fumigó el hoyo con creolina y salió la papa ‘sanitica, sanitica… ¡Claro!’, dice él, “era semilla de papa pastusa que había traído de San Juan, porque por aquí sólo sembraban la lizaraza colorada, la americanita blanca, la tocarreña, la argentina lisa, la argentina londres, la cañiza, la ojiazul, la tocana rosara, la tocana blanca”, eran puras semillas antiguas. De San Benito y El Tesoro salían sólo dos camiones cargados con papa para la plaza de Paloquemao, ubicada en la Avenida Calle 19 en Bogotá. No había tráfico de Usme ‘pa’ acá’. El desplazamiento era a caballo y a muía.

Vinieron buenos tiempos, dice don Bernardo. “Yo tenía entre 12 mulas pa’ ‘fletiar’, hasta abajo en San Benito y el Tesoro. Después iba hasta Une y Betania. Pa’ ganarme el jornal sembré trigo, papa y cebada. En Usme se sembraba cebada porque la trilladora estaba allá”. Don Bernardo sacó 130 cargas de papa. Cada carga eran 160 bultos, y ahí mismo donde la papa salía, sembró trigo. Para esos tiempos pagaban a 2 pesos el jornal.

La siembra de trigo era entre enero y marzo. Se recogía en noviembre y se agavillaba para trillarlo nuevamente en enero. A los 8 años don José, uno de los hijos mayores de don Bernardo, manejaba yunta de buey. Fue segador de trigo (lo cortaba y enmanojaba). A los 12 años agavillaba, hacía montones, arrumes altísimos para que la máquina lo trillara, y así venderlo y cambiar el chequecito, “se hacía en redondo… en redondo y quedaban montones como esta casa de grande… ahí duraban 2 ó 3 meses hasta que llegaba la máquina de don Servando Calderón o de don Hugo Simbaqueba”. Se araba en agosto y octubre. Nuevamente en noviembre y diciembre se hacía otra arada, le metían rastrillo para que el barranco bajara un poco.

Toda finca criaba torete para enrazar y sacar macho, tenía yunta, pues era la herramienta para trabajar. “Hasta que el gobierno dejó entrar la harina americana y no volvieron las máquinas a trillar y se acabó el cultivo nacional”.

Doña Alicia Espinosa, habitante de Arrayanes y amiga de don Bernardo desde hace 32 años, llegó de Ramiriquí a estas tierras y recuerda que su esposo estaba muy enfermo y el frío le afectaba mucho. “Las paredes sudaban, había mucha neblina y llovía demasiado. Don Bernardo venía a ponerle inyecciones y tenía una mano suavecita”. Este oficio lo heredó su hijo José, que lo hace ahora con don Renán García. “Para las intramusculares medía un jeme y ya; para la subcutánea le cogía un pellizquito, para la intravenosa le ahorcaba el brazo para que la vena se inflara y en el antebrazo la cogía”.

Las tres hijas de doña Alicia estudiaron en el internado ‘Las Siervas de Cristo’, donde hoy es la Universidad Antonio Nariño. Pagaba siete mil pesos de pensión y se ayudaba con la venta de queso para cumplir con esta obligación. Conoció a doña Balbina, la primera esposa de don Bernardo, y a Bertha, la segunda esposa de este a quien trajo de San Juan y con quien tuvo 9 hijos, todos paridos en la casa… “El mismo recibía sus hijos. Les cortaba el cordón umbilical con tijeras que limpiaba con alcohol y amarraba con un hilo. A los 3 ó 4 días se les caía, y si se le salía el ombligo, le ponía un botón encima hasta que se le metiera”.

Don Bernardo haciendo uso de sus habilidades de agorero, dice la fórmula ‘pa,’ tener’ un hijo varón: “Usted tiene su señora, ella tiene la regla, usted tiene cuidado de que sea cuarto menguante, entre los tres y cinco días que le haya pasado la regla hacen la relación y verán que eso es preciso, que es hijo varón, eso es como con la mano. Hagan el cateo y verán”.

A sus 85 años, dos matrimonios y 25 hijos, lidia con dos vaquitas de las que saca 12 botellas diarias de leche. Cuida su caballo, Pensamiento, fiel compañero de estas álgidas tierras. Arrienda su tierrita para sembrar papa y pasto. “Con esto junta los centavos para el diario, pues bien dice él Ave María Santísima… ¡A esta edad pa’ que se piensa en riquezas!”

Relacionados

Ver todos
Image

Re-existencia campesina

“El monstruo del latifundismo en Colombia” (1932)

Claridad

Image

Re-existencia campesina

“En persecución de colonos” (1933)

Claridad

Image

Re-existencia campesina

“En pleno paramo” (1932)

Claridad