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La hoya del Nevado: Reservorio de paz y de guerra

Lina María Cortés Gutiérrez Almanaque Agroecológico Gran Sumapaz

El páramo es fuente vida porque aparte de la diversidad, ambiente sano, saludable, fuentes, calidad y abundancia de agua, es un reservorio de paz de tranquilidad

[Basado en las entrevistas realizadas a la familia Polo Guzmán en la Finca El Silencio, vereda Totuma Alta, el 31 julio de 2019 y a la salida de campo a la hoya del Nevado entre el 28 Julio y 2 de agosto del mismo año.]

Anoche sentí un silbido, quién sabe qué sería, qué razón llegó. Yo también lo escuché y me da miedo, generalmente no son buenas noticias. (Albeiro Polo – Héctor García)

En la hoya del río Nevado las noticias llegan por premoniciones, en cartas o de voz a voz. El profesor Alfredo Díaz, contadas veces, cruza el páramo, llevando y trayendo mensajes. En esta oportunidad, nos llevó a un grupo de profesores a transmitir mensajes agroecológicos. Trabaja desde hace 15 años en el Colegio Erasmo Valencia, es dirigente del Sindicato de trabajadores Agrarios de Sumapaz y líder de base en la reivindicación de los derechos campesinos por la tierra. Toda su vida ha enseñado ciencias sociales, actualmente, impulsa la Zona de Reserva Campesina Paz de Río en este sector del Nevado. Es músico, compositor, declamador, dicharachero y amante a los caballos.

Tabernaco, Gitano, Serenata, Neblina, Aventurera y la mula color barcino, fueron las bestias que nos transportaron, 4 horas de ida y 6 horas de regreso al viaje soñado por todo investigador de Sumapaz, un trasegar por las entrañas de la cordillera, por el silencio del páramo, la vulnerabilidad del ser humano y la comprensión de mi destino en estas tierras.

La hoya del río Nevado, comprende los ramales de los ríos Totuma, Arroz y Pedregal, en los límites con el departamento del Meta, que le dan nombre a la trilogía de veredas de esta microcuenca. Es aquí donde nacen los ríos Duda y Ariari, en un complejo de lagunas, desde donde se desprenden las aguas que corren al piedemonte Amazónico. Las lagunas son: La Condor, Sitiales o Sitialitos, La Guitarra, El Nevado, La Larga, La Caicedo, La Maleza Grande y Maleza Chiquita, La Chuscales, Los Laureles, La Huesos, La Gramotales, La hermosura y El Cobre. El Nevado es la montaña más alta de todo el páramo, “antes de los temblores del año 1917, el Nevado de Sumapaz se hallaba siempre cubierto de nieve y hielo, pero desde entonces la blanca capa ha desaparecido”. En 1993, fue visitado por Francisco Wiesner, entonces ingeniero del Nuevo Acueducto, hizo la medida de aneroide del Nevado en 4.310 metros, “habiendo dejado una botella con todos los datos en la cúspide”. (Erwin Kraus. 1937 En: Velandía, R. 1998:174). 

Las escuelas de esta hoya hidrográfica son epicentro de encuentro, celebración y lugar de memoria, ellas recuerdan con sus nombres a los valientes paladines de la historia, Miguel Suarez [1], Simón Bolívar y Policarpa Salavarrieta. Hoy en día estas escuelas están a cargo de otros valientes héroes, los profesores Liliana, Anderson y Miguel Ángel, quienes enseñan a los 23 niños los conocimientos de la primaria hasta noveno de bachillerato.

Anderson Cruz Baquero, profesor de la escuela Simón Bolívar, es de Pasca, lleva 15 años viviendo en estas tierras, conformó un hogar. Su hijo Heider Esteban, hace parte de sus estudiantes. A través de sus versos, nos cuenta lo que significa ser profesor campesino de esta región: 

Una cosa en esta vida que no me pueden quitar

Mi educación, mi conocimiento, mis deseos de estudiar

De la totuma he venido a recitar unos versitos 

Con Brayan, Ingrid, Heider, Osquitar y uno que otros amiguitos

Yo con ser campesino no me dejo arrebata

Tengo los mismos derechos como cualquier niño de la ciudad

Si yo fuera ciudadano a verte fuera derecho

Pero como soy campesino haré un nido en tu pecho

El fogón con leña seca arde mucho y a montón 

Cuando el hombre se enamora mucho sufre el corazón

Allá arriba en aquel alto viene una mula capaz

Tira la carga con fuerza y da fuertes coces atrás

En la falda de una montaña escuché unos fuertes gritos

Unos grandes, unos chicos y unos de don Alfredito

 

Llegamos a la finca de don Luis Albeiro Polo Rojas, sus hijos, Felipe Polo Morales, Deiber Díaz Guzmán y Libi Alejandra Polo Guzmán de 3 años, nos reciben con alegría y humildad. Su compañera, la señora Lina Guzmán Prada, en la cocina, soplando el fogón, evitando, que bajara el calor de una deliciosa sopita de papa que nos alivió el frío, el hambre y el dolor de la montada a caballo. En las paredes de la casa los recuerdos de Karen Parra, la hija mayor de Lina, quien se fue a terminar su bachillerato a la normal de Pasca y los de Yuli Polo, hija mayor de Albeiro, con quien perdieron toda comunicación, suspira profundo don Albeiro y nos dice:

Conformar esta familia ha sido labor de mucha responsabilidad y de inteligencia, ellos son hermanos de crianza, no tienen ningún vínculo familiar, los ha unido el respeto. El mal consejo de las personas externas, afecta. Nos ha tocado una tarea dura para poderlos unir, que se mantengan con respeto, responsabilidad, es el legado que les queda mañana, de hacerse cargo de los hechos, responsables de lo que tenga uno que comprometerse en la vida. Como dice Diomedes Díaz, si deciden ser zapateros, que lo hagan de la mejor manera. Deiber quiere ser mecánico de motos; Felipe, veterinario, una esperanza para más adelante. Apoyarlos en su carrera y que se realicen en la vida es lo que nos queda.

Atento a lo que necesitemos, aparece don Héctor García Garibello, nacido en los alrededores de San Juan, con un pequeño problema de discapacidad por una poliomielitis. Él apoya y acompaña a los Polo Guzmán en los quehaceres de la finca desde hace dos años, se siente muy feliz, pues aquí aprendió a leer, escribir, sumar y restar. Pues en la misma casa vive Liliana la profesora, con ellos aplica el programa de educación de adulto mayor.

La finca El Silencio es un remanso de paz, allí tienen su casita de madera, un espacio para las bestias, las gallinas, los piscos, los cerdos y para cuncio, un ternerito recién nacido, huérfano. Hasta hace un par de años, el dínamo era la fuente de energía, ahora se obtiene con un panel solar. Usan Woky Toky´s, que les permite estar comunicados con las familias vecinas, y atender cualquier novedad.

Luis Albeiro, es un joven campesino, nacido el 12 marzo de 1982 en la finca Camposanto, en la vereda El Arroz, hoy conocida como La Totuma Baja. Es el menor de 12 hermanos, heredero de una cultura huilense: “mi herencia es la peinilla y el amor al campo, de 8 años ya la cargaba en la cintura, igual que Felipe, fui muy devoto a la labor del campo y como a los 13 años me compré un caballo”. Sus padres, Félix María Polo y Fabiola Rojas Vargas, eran de Balsillas, El Pato y Guayabero, salieron, huyendo de la violencia, dejaron a su hermanita menor, de meses, en Villavieja, con la abuela María Luisa Tovar, y seguir con los y las mayores que estaban entre 2 y 5 años. Así lo relata don Albeiro:

La travesía que tuvo que hacer mi papá fue muy trágica, eran familias que tenían que ir salvaguardando la vida por la persecución del gobierno, perder todo, huir, salvaguardar la vida de sus hijos. Muy duro. Cruzar La Uribe, el cañón del Duda, hasta llegar a las cumbres de la cordillera oriental, ahí había asentada gente, una colonia. Atravesarse toda esta cordillera, hasta llegar al páramo. Sufrir el frío, y más que ellos eran de tierra caliente, ver los niños enfermos y cuando la presión de los militares, alguna vez el niño pequeño se puso a llorar y no podían dejarlo, tocaba sacrificarlo por el resto, porque le tenían que tapar la boca, cuando ya los militares pasaron, el niño estaba muerto. Fue una vida muy triste y dura para ellos. Ellos duraron más o menos 11 meses atravesando la cordillera. Los hermanos mayores Rosa Inés, Elisenia, Gertrudis, Fermín, que murió de año y medio por bronconeumonía, Felix Ángel, vive hoy por los lados de la Aguadita en Fusa, Luz Fabiola vive en El Tunal, Yazmin vive en Barranquilla y Sandra en el Tolima.

Su padre llegó a ser administrador de don Luis Alberto Dimaté, hermano mayor de don Diego, familia fundadora y colonizadora de esta hoya del río Nevado: “mi papá después de sus 65 años se enfermó de la próstata y se retiró, no pudo viajar más a caballo. Tuve que salir a colaborar para el sustento de la familia, entrar el mercado.” Ya siendo adolescente, tuvo cercanía con don Reutilio Rey, un vecino. “Lo acompañé, le amansé su potranca y aprendí a manejar el negocio del ganado, cuántos obreros se necesitaba, cuánto valía, por qué el precio. Tuvimos afinidad, me convertí en su guardaespaldas, si se llegaba a dormir, me tocaba hacer el negocio. Don Reutilio tenía criadero de yeguas y burro reproductor, por eso fleteaba con mulas y le ayudaba en la arriería. “Él, me pagaba correctamente y también [me enseñó el] ´descumbre´: tumbar montaña para hacer potrero”

El fleteo y la arriería, son oficios de los campesinos del Nevado, ambos consisten en llevar carga de queso y de cerdos a las cercanías de La Concepción, Granada y Tunal para la venta. Antiguamente era con bueyes, toros dedicados a la carga, al arado; eran toros criollos, chirudos, de escasa finura, de mucha fortaleza para el trabajo. Ya no se consigue, esa raza criolla, para sacar buenos bueyes. Don Albeiro me explica que por acá poco se le hace a la agricultura porque sale más caro el transporte que lo que vale el producto, cada cual cultiva para el sustento de su familia. En los años 60 y 70 se cultivó harta papa, se sacaba en bueyes, sobre todo para semilla.

En 1998, cuando se llevaban a cabo los diálogos de paz en el Cagüan, hubo un operativo.

Yo venía para donde mi papá, él tenía una tienda de galguerías, en la finca de Totuma Baja donde yo nací, al cruzar, escuché disparos, caí ese día cerca, pero nunca adiviné que yo era un objetivo militar, me detuvieron, me quitaron la carga, me robaron todo, me amenazaron de muerte, llegaron los aviones. Fuimos víctimas tanto yo en el momento que fui preso, como mis padres que se quedaban sin forma de comunicación. Eso era un caos. Afortunadamente fue solo el ejercito que me tenía, porque donde hubiera estado la presencia de la guerrilla, me hubieran hecho hacer ver que los guerrilleros eran los que me habían matado.

Me hicieron devolver a la quebrada, me quitaron la ropa, me hicieron tirar en la quebrada, al ratico me tenían muda de ropa militar, yo era menor de edad, 16 años. Arreció más cerca los disparos, cuando bajó un lote de ganado, llegó el cabo, hizo que me sacaran de la quebrada, […] pero yo, ya estaba engarrotado. Me dijeron: ´no le vaya a contestar mal. Entonces ¿qué debo hacer? Si quiere seguir a su destino no respondemos y si quiere mejor devuélvase, pero despacio, por donde venía. Al acercarme a las bestias no había carga, nada…, entonces yo monté y me devolví, poco a poco, busqué el barranco y me oculté, logré salir al Tunal, quedé muy sicologíado.

¡Claro! las Totumas hacía parte de la zona de despeje, el ejército rompió el parámetro y salieron traicionados en la operación, los hicieron retroceder hasta el Tunal. Ese fue uno de los operativos más sangrientos del páramo. Detuvieron dos civiles, Albeiro y José, tío de Deiber, un hombre adulto, a él le tocó estar en medio del combate.

Duró todo el día detenido, lo amarraban de noche, le quitaban las botas y lo dejaban empeloto, al día lo equipaban, lo ponían a cargar los muertos y costales con los restos de las personas despedazadas por las bombas, le hicieron tomar sangre de los heridos, lo torturaron. Yo bajé de vuelta a las 2 p.m. al Tunal, asustado, pero contento por estar vivo. A José le tocó los dos días de guerra, en donde murieron cien soldados, y lo pusieron durante ocho días a cargar heridos,

Se encontraron en Tunal Alto, se contaron lo sucedido: “perdimos la carga de queso y la mercancía, decidimos denunciar y lograr una reunión con un coronel, supuestamente de derechos humanos, pero lo que hizo fue burlarse de nosotros.

Le dijo a José: ¿lo pusieron a cargar muertos?, ¿nunca le había tocado eso? ¿Si ve que la guerra es verraca, cierto?, se reía. José se agachó y se quedó en silencio ¿cuánto vale el queso?, tampoco le contestó. Lo tenían mal, A mí me dijo, ¿entonces qué, lo bañaron, tiene mucho escalofrío?, va tener que comprarse algo pa’ que no le vaya a dar gripa. ¿Cuánto vale el mercado?, yo le dije aquí está la factura, eso era para llevarles a esa gente, la guerrilla, no va a decir que tiene tienda. Tranquilo que después le pagamos. Y así quedó todo. Dejamos de hacer viajes porque no sabíamos cuándo iba a haber otro operativo.

Fueron varias las injusticias que tuvo que vivir Albeiro por culpa de los militares, por eso no es tan fácil que él crea que haya paz en el páramo, él dice que las fuerzas militares que hay son para salvaguardar los intereses nacionales e internacionales. Le da pesar cómo se destruye la vida de los seres humanos, a raíz de la ilusión del dinero, por unos pocos que lo quieren mantener en el poder.

En este momento estaban los soldados del pelotón Marte 4 del batallón de contraguerrilla Cacique Timánco, habían matado a los hermanos Cubillos Javier y Wílder y a Heriberto Delgado y los habían hecho pasar como falsos positivos. Esto fue el 18 de marzo de 2005. Por eso tenía miedo, después de varias presiones, me tocó acceder firmarle un acta donde desistió de lo que me habían hecho.

Después:

Yo cuidaba una finca, tenía 3 vacas en aumento. Un porcentaje que le queda a uno. Sacrificaron dos vacas que nunca aceptaron. Tenía las fotos, los huesos, las evidencias, pero no quisieron aceptar. Después con el tiempo un mayor Calderón de los Timanco y el capitán Galindo, me dijeron que tranquilo que ya me conocían, que me quedara callado,

Yo les puse como nueve denuncias. La única que medio prosperó fue la del acta del capitán porque me dieron 25 mil pesos por la carpa rota. Ahora con los acuerdos de paz al menos puede uno salir de la casa y transitar tranquilamente, no tenemos esa persecución en este sector. Pero que se vea como real, no, porque en muchos sectores sigue la persecución, por los lados del Cauca, Catatumbo, sigue siendo marginado. Aún es latente la guerra.

Habían dicho que el alto Duda seguiría visible del objetivo militar, siente uno la misma estigmatización porque en cualquier momento puede seguir la misma guerra y así lo confirmé, al mes de hacer esta entrevista, se pronuncian las disidencias de las FARC, como un brazo armado que vuelve a la guerra.

Don Albeiro cuenta entristecido, que el páramo también ha sufrido la guerra, si uno mira el terreno donde hace más de 20 años fueron los bombardeos, aún está pelado y la tierra erosionada. Es triste ver el páramo amenazado por la guerra, por la invasión, por los recursos y por la persecución de las transnacionales y del mismo narco-gobierno, que son las élites, las que han querido acabar con estas fuentes de vida.

El páramo es fuente de vida porque aparte de la diversidad, ambiente sano, saludable, fuentes, calidad y abundancia de agua, es un reservorio de paz y tranquilidad. Una visión a un futuro, el páramo será la salvaguarda de muchas partes y sectores del mundo. Reservorio de agua y oxígeno que no se consigue tan fácilmente.

La magia del páramo y las voces de su gente, esclarecieron mi conexión con el lugar, la memoria me llevó a los paisajes recorridos de la mano de mi madre, por este corredor que dio origen a la guerra; quizás desde ese momento fui elegida para hacer el trabajo de este Gran Sumapaz.

Nota de pie:

[1] Miguel Suárez fue un aguerrido dirigente agrario, concejal en Yacopí, acribillado a balazos por la espalda un 24 de marzo de 1972, conocido con el alias de Ricaurte.

Bibliografia:

Erwin Kraus. (1934) Una excusión al nevado de Sumapaz. En: Velandía, R. Comp. (1998) Una mirada en el tiempo al paisaje de El Alto Sumapaz. Compilación de crónicas de viajeros colombianos y extranjeros. CAR. Santa fe de Bogotá D.C. 171 – 178 p.

Periódico El Rural. Agosto 2003. Informativo de Sumapaz. Localidad 20. Año 02. No. 03. Distribución gratuita. Esculturas por la Paz. Bogotá. 3 p.

Rondón R., Leonardo. (2016) Zona de Reserva Campesina de Hecho en el Sumapaz, territorio autónomo y de conquista histórica del campesinado. En: UNAULA. Revista PluriVerso No. 7. Julio a diciembre. Bogotá. 117 – 129 p.

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