Tipo de cuidado
Re-existencia campesinaGeolocalización
“Ya no me le quito el sombrero a nadie”
Don Genaldo es custodio y guardián de semillas de maíz
Don Genaldo Villalba vive hace siete años en una acogedora casita de madera, sus días transcurren entre un frondoso cultivo de maíz, una amplia huerta con arracacha, cubios, hibias, chuguas, uchuva, mora silvestre, toronja, puerro, yacón, calabaza y papitas criollas, y sus gallinas ponedoras que le dan los deliciosos huevos para la changüita del desayuno. Lo acompaña “Romerita”, su novilla, que además de darle la leche, es su mejor amiga. “Le corto yerba, la llamo romerita, ella me ve y viene de una” y Chuky, el perro cuidandero, ya fallecido.
Está próximo a cumplir 60 años, oriundo de la vereda de Paquiló, en el municipio de Cabrera; su finca es una sucesión de 50 fanegadas, a pocos metros del encuentro entre el río Sumapaz y el San Juan con el río Pilar, en la localidad 20 del distrito capital. Es presidente de la red de discapacidad Nueva Esperanza, líder del Consejo Local de Discapacidad del Distrito Capital y delegado de la Junta de Acción Comunal en Asojuntas en Cabrera. Pero lo más importante es que, sin saberlo, es custodio y guardián de semillas: “yo las uso pa´l gasto, pa’las gallinas, yo no le pongo cuenta a eso”, nos
dice. Conserva diez variedades de maíz de clima frio y templado: “el Medellín, Cabuyo, Porva, amarillo, rojo de colores -que le dieron unos indígenas de Pasto… el de harina y el de arroz”.
Ha sido andariego, buen trabajador y no le ha ido mal con las mujeres. Pasó su infancia, confinado en el hospital San Rafael por causa de una Poliomelitis:
Me llevaron muy pequeño al hospital en Bogotá, allá viví y estudié hasta tercero de primaria, después me fui a vivir con un señor, él no era tío mío, por respeto yo le decía tío, se llamaba Benjamín Arévalo, estudié en el Colegio de San Cristóbal […] Un día, las primas me empacaron una mogolla y una bolsa de leche, cómo sería la desconocencia de los mismos profesores, que no hicieron nada, ya tendría 12 o 13 años, cuando los muchachos de la escuela no me dejaron sentar en ningún pupitre, me empujaron, me discriminaron, ese rato para mí fue amargo, difícil. […] Paso la hora de salir al recreo en la mañana, yo me acosté boca abajo y me puse a repasar lo escrito y llegaron los muchachos a quitarme la merienda y yo a no dejarme. En ese tiempo yo tenía aparato ortopédico, yo salí, les tiré piedra. Yo llegué como a las 11 de la mañana a la casa y les dije mentiras… que no volvía más. Y no volví a estudiar, le cogí miedo.
Al hospital lo visitaba Vicente Macana, su padrino, que después lo llevó a Faca, donde estuvo 4 años, hasta que decidió volver a Paquiló y conocer a su familia, “yo no recordaba nada. Mi padrino me trajo, en esa época el bus llegaba hasta San Juan, era empalizado, se me dificultaba andar. Me dejaron sin plata con el cuento que a los 20 días volvían y no volvieron nunca más”. Empezó a trabajar, con la esperanza de que con el pago volvería a Bogotá, pero nada. Hizo el compromiso con un vecino, que él le sacaba papa criolla y a cambio el vecino lo llevaba a Bogotá y nunca le cumplió. Perdió el trabajo y como él mismo dice “a la final me adapté al campo. Ya después no me dio afán de irme”.
Cuenta don Genaldo, con llanto desgarrador e incontenible, lo difícil que fue ser aceptado en la sociedad por ser “cojo”, “una vez pasaba por la escuela y los niños al verme se asustaron, salieron corriendo”. Esto lo marcó fuerte, lo acomplejó, fueron muchos años de desorden con el dinero y en un profundo alcoholismo. Esta discriminación también la vivió en las organizaciones sociales, pues él quería ser líder, pero lo metían a la junta de acción comunal solo para hacer montón. Con la ayuda de su hermano Gilberto, ya fallecido, y de Pedro Guzmán, un amigo, trabajó en las veredas de Santa Lucía y Ariari en Cabrera.
Yo me fui a cocinar pa’ obreros, así empecé a trabajar, ya después me daban en compañía para sembrar. Los malos precios, los malos negocios, uno que otro licor, para que lo voy a negar, se pega uno… ese error fue por falta de no tener una unión más familiar. Alguien con quien compartir. Como uno no tiene obligaciones, cogía los centavos y seguir por lo mismo. Después siento cabeza y con el ánimo de demostrarle a la sociedad. Después estuve en Cáqueza, tomé una finca en arriendo, por los precios de los cultivos me fue mal otra vez, por el mismo peso del cuerpo, no usar las dos muletas, sino una sola, cargar maletas durante bastante tiempo de pie, entonces la pierna se me puso delgadita y el piecito torcido.
Finalmente, llegó un programa de la alcaldía local que consistía en aprender algún oficio, era en la Fundación San Felipe Neri, en Suba. A don Genaldo le gustaba la sastrería, pero tuvo que decidir entre panadería y productos de aseo, así que se quedó en el tema del aseo. Volvió a La Unión con seis compañeros, montaron la empresa, había comité de ventas, de producción, distribuían a San Juan, Cabrera hasta Cáqueza. Pero por problemas de la repartición de las ganancias y que unos trabajaban y otros no, se acabó.
Antes de 1986, cuando toda esta región era una sola comunidad, se hacía más fácil los beneficios de los proyectos, por ejemplo, los de la Fundación San Felipe Neri, no siguieron ayudando, porque estaba en la jurisdicción de Cabrera. Don Genaldo, cuenta: “Les firmé una carta y no volví a recibir ayuda de la localidad 20 de Bogotá en ese sentido. A partir de ahí me acogí, ya organizado con las unidades productivas, a los proyectos financiados por el Hospital de Nazareth”. Es un proyecto para discapacitados “[…] en donde nos propusieron unidades de pollos y cerdos, con la condición que debía tener una finquita, entonces fue cuando hablé con Gustavo, mi hermano y él me dijo: ‘hágalo donde quiera’, cogió esta sucesión, un derecho y me quedé aquí”.
Formé la organización Nueva Esperanza, con Clementina, Flor González, don Alcibíades Díaz, empezamos con el Consejo Local de Discapacidad, yo tenía el sentido de la defensa de las personas con discapacidad. Fui el primer presidente de ese grupo. Llegamos a ser 50 y pucho. A mí todavía, me dicen que no hay personas con discapacidad, entonces yo les digo, si estamos hablando de inclusión, no podemos ser todos enfermos, unos necesitamos de otros, entonces cuál es la inclusión verdadera y esa fue mi pelea y la logré.
En el 2015 se graduó como bachiller del Colegio Juan de la Cruz Varela, en el programa de adultos, el trabajo de grado fue sobre el cultivo de fresas orgánicas, desde la siembra, cuánto tiempo se demoraba el crecimiento, las hojas, la cosecha, los fertilizantes, nunca químicos, por tratarse de cultivos limpios, pero lo que más le gustó fue el proyecto de obras sociales, lo hizo en la escuela de la vereda de Paquiló, en deporte, recreación y cultura, con niños de 12 años.
Les enseñé ajedrez, dominó, loterías didácticas en inglés, español, rondas, y les enseñé el fútbol y microfútbol, de arquero y jugador de campo, gané muchas amistades por eso. Me conocen, jugaba tejo. Les gustó, me fue bien en el proyecto. Yo iba dos veces en la semana… El día que terminé el proyecto la profesora me invitó a la clausura. Fui y fue una satisfacción muy grande. Superé lo que me había acomplejado tanto.
Don Genaldo afirma que la Zona de Reserva Campesina de Cabrera no es una figura real. “Solo le dan proyectos a los que tienen títulos de la tierra. El arrendatario lleva las de perder. Por ejemplo, esta finca tendría que estar en Zona de Reserva, como no tiene la escritura, se queda sin los auxilios”.
En el plano sentimental…
Una vez le propuse a una muchacha y otro hombre también estaba interesado en ella y después ella me comentó que le había dicho que luego yo quien era, o que qué era, después yo me encontré con la persona y le dije, pero es que usted se cree más persona, yo soy un ser humano como usted: me enamoro, pienso, soy violento, soy como cualquier ser humano, no sé por qué usted dice eso, que yo quién soy o qué cosa soy. O sea, que yo qué era para que me parara más bolas a mí que a él. De todas maneras, se quedó con esa incertidumbre, yo traté de explicarle, que por mi discapacidad física, por no ser igual físicamente, no significaba que no tuviera derecho a enamorarme, a tener sentimientos. Ella no me veía nada diferente, que no puedo caminar, pero que el resto bien. Pero la gente influyó porque le decían ¿qué va a hacer con ese cojo?, con ese chapín, y por eso ella no se quedó conmigo.
Don Genaldo termina diciendo que todos esos complejos los rompió cuando se metió con los proyectos a trabajar con las personas, “Si hablo con el médico, con el doctor, con el presidente, para mí, ya todos son iguales, ya no soy el que me quito el sombrero, todos tenemos las mismas oportunidades”.