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El páramo encantado
Habían unas lagu¬nas que dizque son encantadas
Hace días que no visito el páramo, pero su recuerdo permanece y reaparece en el silencio, en la sensación de inmensidad, de vientos fríos y en el misterio de la magia revelada. La gente de sangre caliente, me decía don Jairo Pulido es la que vive en las tierras frías, y para ser precisos, la gente de Curubital es gente nacida en el páramo, gente de páramo, “pues así como somos, quemaditos y robustos” dijo don Anselmo Cortés.
En la altura de las montañas andinas, en el páramo de Sumapaz, hay un valle de aguas: una gran boca en la que nacen las aguas que mucho más abajo desembocan en el mar.
Las aguas de grandes ríos, reposan y fluyen desde 14 lagunas en la hoya de Bocagrande. Las distancias que describo parecen sin sentido, pero así son. Compartimos las mismas aguas y estas acanalan las tierras en sus viajes circulares.
Bueno, antes de entrar en materia (en encanto) hay que precisar que las lagunas de Bocagrande alimentan dos cuencas hidrográficas, unas aguas bajan a Bogotá y las otras bajan hacia Sumapaz y el llano. Las de
Bogotá hacen esta ruta como parte de una red hídrica más grande: de las lagunas nace el río de Curubital, de ahí pasa a la represa La Regadera, que se convierte en el río Tunjuelo y este a su vez en el río Bogotá, que desemboca en el río Magdalena y llega al mar.
Y al caminar las laderas montañosas del río Curubital de Usme y sobre todo al ponerme a conversar con la gente, al recibir los tintos y las aguapanelas para calentarme, empecé a escuchar historias, cuentos de las tierras altas y me enteré que existían los encantos.
Don Anselmo Cortés me contó una historia que los antiguos de estas tierras le contaron. “Habían unas lagunas que dizque son encantadas, uno que se fuera a arrimar o algún perro y ahí mismo la laguna se ponía brava. Se elevaba el agua hasta por allá a las nubes, y a lo que bajaba el agua otra vez lo recogía para la laguna, de manera que allá lo metía a la laguna y allá quedaba”.
Según se ha escuchado, los encantos habitan las lagunas y los cerros nevados (además de otros espacios que llaman naturales o nativos) y se manifiestan ante los humanos al sentirse celosos de las riquezas que allí resguardan. Expresan su presencia con truenos, inundaciones, crecientes, lluvias y nubosidad.
También se conocen como mojanes o sirenas. “Son lagunas que imagínese, nadie llegaba a molestarlas, pues son como celosas. Que alguien llegara, se sentían celosas, entonces pues ahí era. El que se les acercara, las lagunas lo atacaban, o un trueno o alguna vaina. También dizque algunas lagunas tronaban y el agua recogía lo que encontraba por delante”.
Los encantos guardan el misterio de su origen, pero mantienen un hilo con el pasado indígena que habitó estas montañas y que permanece presente de maneras esquivas a la razón. Don Anselmo nos define las guacas como el encuentro con las riquezas (oro) de los entierros indígenas y un entierro que tenga riquezas con el paso de los siglos se puede convertir en encanto.
Los encantos están vivos y tienen la posibilidad de tomar decisiones sobre el lugar en el que quieren estar, además sienten y se molestan ante ciertas actitudes humanas.
Los tiempos han cambiado y algunos encantos se fueron. “Hay encantos que se han aplacado y otros que se han ido”. Algo sutil se ha perdido, como lo explica Anselmo: “Entonces mis abuelos cuentan que para amansar esa laguna, porque yo pregunto, porque yo paso por esa laguna, entonces yo pregunto que porque… ¿si sería cierto?…¡sí!, si no que en ese tiempo se inventaron con lo de los aviones y botaban sal, bultos, toneladas de sal a la laguna para poderla amansar, que arriba por ejemplo en Chisacá también había una laguna, que cuando metieron la carretera les tocaba por ahí por esa laguna y les tocó de esa manera y hoy en día secaron esa laguna prácticamente, seca y una laguna que fue natural…” Cuando hay acciones o situaciones que provocan cambios en la naturaleza física del páramo, los encantos se van y el agua disminuye. Esto nos sugiere que los encantos son guardianes de una riqueza en íntima relación con el agua.
La tradición oral es la que nos ha permitido llegar a conocer estas realidades del páramo y así como los ‘encantos’, es la que nos mantiene en vínculo con el pasado. El desencanto se puede asociar al olvido. El páramo al perder un encanto puede perder su esencia de agua, al olvidar se diluyen en la memoria los conocimientos de tradición. Sin embargo, la riqueza se mantiene y se hace evidente que el páramo guarda entre sus tesoros: tradiciones, ‘encantos’ y agua.
La historia oral le da valor a nuestra voz. La palabra hablada es un tesoro vivo, nos construye como comunidad, enlazando la familia y las experiencias, así conocemos y respetamos nuestro territorio. Reafirmando nuestro hilo con el pasado, ‘con nuestros antaños’.