La agroecología: un concepto para construir en comunidad

Álvaro Acevedo Almanaque Agroecológico Arrayanes - Curubital

La agroecología nos permite soñar con mejores formas de economía sin destruir

Este artículo es una historia recreada por el autor a partir de la experiencia de trabajo comunitario con talleres en diferentes lugares del país.

Hace 50 años mi familia vive en esta comunidad; mi padre Rafael; mi madre Marcelina mi abuelo materno, mis dos hermanos y yo, hemos vivido siempre de la agricultura y la ganadería, participamos de las reuniones comunitarias y tenemos muy buenas relaciones con los vecinos, amamos esta tierra y no queremos dejarla por nada del mundo; acá está nuestro hogar, nuestra historia, nuestro sustento, nuestros sueños…

Cuando yo era niño (ahora tengo 22), esta zona era muy diferente a lo que usted ve hoy; había muchos bosques; fuentes de agua cristalina y abundante; árboles y pájaros, además de animales del monte como gurres, venados, pavas, zorros, perros de monte y ¡¡tantas flores!!…; era un auténtico paraíso. 

Se producía mucha comida, muy poco se tenía que comprar en las tiendas; por mucho, la sal, el aceite y el jabón; teníamos frutas, hortalizas, verduras, granos, huevos, leche, todo… la huerta era el supermercado; además llevábamos fríjol, maíz, papas y leche al mercado y teníamos ingresos, no para enriquecernos, pero sí para vivir bien… La agricultura era muy natural, mis abuelos enseñaron a mis padres a cultivar la tierra usando la naturaleza y los conocimientos delicados sobre su manejo. Los insumos eran de la propia finca, especialmente las semillas que eran abundantes y variadas; la tierra muy fértil; los bueyes araban la tierra y la finca era tan diversa que había trabajo para todos.

Hace 10 años vinieron personas con programas institucionales para aumentar la producción, mejorar los ingresos y vender más. Los técnicos nos especializan en cultivar fresa, una sola variedad en vez de cinco que teníamos antes; las semillas las trajeron al comienzo y ahora las compramos; también compramos los insumos que antes no eran necesarios, pero sin ellos, los cultivos no dan; compramos insecticida, fungicida, herbicida. Las malezas y plagas no dan espera; abundan y son cada vez más agresivas; mi abuelo que cultivó fresa toda su vida, quedó asombrado con todos esos problemas y con el alto costo para cultivar que en el pasado era fácil y económico. El mercado estuvo asegurado algunos años, después nos dijeron que había que entregar la producción y que la paga vendría después, y usted sabe que al fiado…¿cuánto puede uno aguantar?

Todos los vecinos de la vereda que viven de las mismas producciones ter­ minaron también sembrando fresa; atrás quedaron las ‘sementeras’ que producían comida y los animales que eran complemento de la agricultura; los bosques han disminuido casi hasta desaparecer, los animales silvestres ya no se ven; los ríos se han contaminado y perdido su caudal; mucha gente se fue de la vereda y entonces el paraíso de antes, ahora ya no existe más…

Con mis padres charlamos mucho sobre la agricultura de hoy y recordamos con añoranza esos tiempos de antes; mi sabio abuelo nos dice que la agricultura de ahora es soberbia porque para alcanzar su objetivo de ganar plata, no le importa pasar por encima de lo que sea, destruir la naturaleza o desplazar a la gente.

Hace dos semanas vinieron unos profesores y nos invitaron a un taller para charlar sobre los problemas ambientales de la región, y nos ayudaron a recordar cómo era nuestra agricultura, cómo se ha transformado y qué ventajas o problemas vemos en lo que hacemos ahora. Asistieron muchos vecinos y familias enteras, inquietas por la situación actual y el futuro de la región. En ese taller entendí que toda la comunidad está preocupada por lo que está ocurriendo, pero nadie se atrevía a decirlo, nadie proponía alter­ nativas y parecía que estuviéramos condenados a ver cómo se destruye la vereda, cómo se abandona la tierra; pero gracias a Dios encontramos un camino, un camino que construimos juntos.

El taller nos permitió entender nuestros problemas, charlarlos, analizarlos juntos y al hacerlo, aprendimos de nosotros mismos, nos conocimos mejor y nos unimos más como comunidad; pero no nos quedamos ahí; el tallerista nos convenció de que las respuestas que estamos buscando pueden ser construidas por nosotros mismos y no siempre tienen que venir de las instituciones; fue así como nos propusimos sueños para el medio ambiente, para la comunidad y para nuestra economía familiar.

Ya verá usted cómo trabajando juntos concretamos esos sueños que construimos, cómo hacemos una nueva agricultura, como re-construimos el te­ rritorio y logramos que mejore la condición de vida de la comunidad, no para volver al pasado, pero sí retomando del pasado lo bueno para proyectarnos hacia el futuro.

El tallerista nos habló de la agroecología, y entonces nos dimos cuenta de que nuestro sueño es agroecológico, “porque queremos una nueva forma de agricultura que en lo ambiental nos permita recuperar la fertilidad de los suelos, la diversidad de plantas, animales y semillas, la calidad del agua y los bosques; volver a producir nuestra comida, volver a ser una comunidad unida y organizada; cuidar la salud al no usar tanto agrotóxico, darle más espacio a la participación escuchándonos y tomando decisiones juntos, hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas; mejorar nuestra educación para que nosotros los jóvenes creamos de nuevo en el campo”. La agroecología nos permite soñar con mejores formas de economía sin destruir, “para eso vamos a diversificar la producción y organizamos para venderla directamente a los consumidores del pueblo; vamos a innovar transformando productos y artesanías; vamos a depender menos de los insumos comprados y a diversificar las fincas para que sean más productivas”.

Ahora tenemos un sueño a futuro, hemos recuperado la confianza en nosotros mismos y vamos a trabajar juntos para salir adelante. Entonces vuelvo a pensar en lo que dice mi abuelo; la soberbia que despierta en nosotros el dinero nos hace indolentes ante la madre tierra y las comunidades; pero eso es lo que vamos a cambiar nosotros; ya estamos convencidos; podemos ser humildes, ver con respeto a la naturaleza, convivir con ella y en ella, cuidarla y dejarnos proteger por ella; vivir en armonía con la sociedad y con nosotros mismos; sólo así construimos un futuro posible para nuestros hijos y nietos.

Comprende usted ahora, ¿por qué creo que sí es posible una agricultura, una vereda, una comunidad soñada y construida por nosotros mismos?

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